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Al hilo de las acampadas de los indignados, se remueven muchas cosas, en los jóvenes y en los viejos. Y es bonito ver que cada cual toma el megáfono, y habla.
Pues, con vuestro permiso, y aunque sea en este tablón, hablo yo.
A mi modesto entender, esto es, ante todo y sobre todo, una debacle moral.
Nos ha tocado vivir, en los pasados 20, 30, 40 años, un momento histórico de grandes logros en la calidad de vida colectiva, en los que prácticamente se había tocado techo: pleno empleo, sanidad y educación gratuita, dedicación de importantes medios a actividades sociales, fin del servicio militar obligatorio, aceptación (al menos teórica) de la igualdad de género, de la homosexualidad..., y un largo etcétera.
Nunca jamás antes tanta gente, mucha gente, casi toda la gente de este país (y digo la gente, no un 8 % de la gente) había vivido tan bien. Nunca jamás. Ni de lejos.
Esto se había producido por una serie de circunstancias: conciencia del duro pasado, ilusión colectiva, abundancia de medios (energía barata y abundante), lucha social... y un importante componente moral (religioso y/o político).
Había una clara conciencia de que, no sólo individualmente, sino especialmente a nivel colectivo, vivíamos cada vez mejor, vivíamos bien. Y había un sistema moral reconocible (individual, colectivo y social) que castigaba los comportamientos antisociales (el ladrón el violador, el explotador, el corrupto...). Un sistema moral, colectivo, común.
La sociedad se reconocía a sí misma, se defendía a sí misma, y castigaba los comportamientos antisociales. Y al que tenía un comportamiento antisocial, la justicia lo llamaba culpable, y la sociedad lo llamaba sinvergüenza. Y existía una exclusión legal (la cárcel) y una exclusión social (el rechazo moral).
Pero llegó un momento, digamos que hace como 40 años, en que esto empezó a romperse. Determinados individuos antisociales se defendían vigorosamente frente a la justicia, y la justicia no podía o no sabía condenarlos. Determinado abogados defendían vigorosamente a personas claramente antisociales buscando y aprovechando descaradamente fisuras del sistema legal. Y el sinvergüenza no era castigado penalmente, aunque una gran parte de la sociedad le volvía la espalda.
Poco a poco, más y más sinvergüenzas se fueron saliendo con la suya. Se ha ido instalando una nueva cultura de la sinvergonzonería. Una cada vez mayor parte de la sociedad ha ido reculando, desconcertada, viendo cómo se subvertía el orden moral: el antisocial no era castigado, sino que adquiría ventajas, aplauso y poder.
Se establece una situación de hecho: el antisocial PUEDE sobrevivir y medrar en esta sociedad. Se ve, se percibe y se demuestra.
Y eso tiene una doble consecuencia.
Primera, muchos se plantean: ¿Porqué no? Pues yo también. Yo también, si puedo, pisaré, robaré, me aprovecharé... Yo también, si puedo, seré antisocial, y no pasará nada, no seré excluido, y sé que encontraré dónde ser bien recibido, dónde sentirme acogido. Adelante, todo vale. Los partidarios del “todo vale, yo a lo mío” están desguazando el sistema social y se están repartiendo los cachos. El “¿porqué no?” no tiene límites, no tiene matices. Es “todo y ahora”. Le da igual todo, el cambio climático, la selva amazónica o la supervivencia de la humanidad. No ve más allá porque no le interesa el más allá. Solo el yo, el aquí y el ahora.
Una importante parte de la población se instala en una postura egoísta y antisocial.
En esa situación, la voluntad democrática no necesariamente defiende el interés colectivo, sino la suma de intereses individuales coyunturalmente coincidentes.
Segunda, quienes siguen teniendo una cierta conciencia social, están (estamos), ciertamente, encogidos, desconcertados, viendo que esto se nos va de las manos, y sin encontrar manera de frenar esto, ni de proponer actuaciones prácticas.
En mi opinión, es desde esta desesperanza, o al menos desde la conciencia de una difícil esperanza, desde donde encuentran lugar y sentido las opiniones aquí traídas de personajes como Eduardo Galeano o Agustín García Calvo, sin duda sabios en humanidad, y que contemplan las movidas del 15M con enorme simpatía aunque sin alineamiento.
De ellos no vendrá la solución. De ellos y de otros, vendrán, como mucho algunas ideas.
Éste es otro mundo. Otros problemas. Otros retos. Y, no lo dudo, otras soluciones.
Por eso, creo, algunos sabios en humanidad os quieren quitar de la cabeza las viejas propuestas, las viejas soluciones que ya no funcionan, y que ya nunca volverán a funcionar.
Y entones, ¿QUÉ???
Entonces, encontrad vosotros la solución. Este es vuestro mundo, vuestro reto.
Encontrad vuestra solución.
The answer, my friend, is blowing in de wind.
Con todo mi corazón, os deseo suerte.
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2 comentarios:
Querido Gabriel!Queridas todas!
Después de leerte, (con el disfrute y la atención de hacerlo de alguien a quien considero con muy buena visión e interpretación interna y periférica),me quedo un poco como quien tiene ya la postura, la intención y la seguridad de quien va a dar un gran salto;con los músculos en tensión, leo tus sabias palabras y me quedo como inmovil... Entonces, estando yo en una generación intermedia ¿me lio la manta a la cabeza y "a por todas",o me quedo animando al personal pues esta ya no es mi batalla generacional?
Este es sólo para reflexionar y preguntarnos cuales son los límites de edad para todo este tinglao.
No nos abandones Gabriel, si algo necesita este mundo es de gente como tu. APA!
Txapó!!
Y yo, Ana (que no me deja firmar el comentario con mi cuenta) pregunto ¿puedo compartirlo?
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